¿Por qué ciertas pieles, cabellos y rasgos son considerados “ideales”, mientras que otros se ven como “exóticos” o “fuera de lo común”? Esta pregunta, tan cotidiana como poderosa, nos lleva a reflexionar sobre el impacto del eurocentrismo en los estándares de belleza. Pero, ¿cómo se construyó ese modelo? ¿Y qué consecuencias tiene sobre millones de cuerpos y subjetividades en todo el mundo?

El eurocentrismo es una visión del mundo que sitúa a Europa —y por extensión, a lo blanco, occidental y hegemónico— como el centro cultural, estético y moral del planeta. Según la filósofa argentina Karina Bidaseca, esto no solo implica una mirada excluyente, sino que “naturaliza la superioridad de ciertos cuerpos y formas de vida, desplazando otras hacia los márgenes”.
Aplicado al concepto de belleza, este enfoque impone un modelo donde lo deseable suele ser: piel clara, cabello liso, nariz pequeña, ojos claros y cuerpos delgados, pero con curvas “estratégicas”. Rasgos que, claramente, no representan la diversidad humana, y menos aún la de pueblos racializados.
Estándares desde el eurocentrismo: una forma de violencia simbólica
El problema no es solo estético: es estructural. Los estándares eurocentristas se difunden a través de la publicidad, el cine, la moda y las redes sociales, generando una presión constante por encajar en un molde que muchas personas no pueden —ni deberían— alcanzar.
Un informe del Journal of Black Studies documenta cómo las mujeres afrodescendientes internalizan desde edades tempranas que sus rasgos no encajan en los ideales de belleza, afectando su autoestima y salud mental. Además, prácticas como el blanqueamiento de piel, las cirugías estéticas o el alisado químico extremo son formas concretas en que esta presión se vuelve tangible, muchas veces en busca de aceptación o ascenso social.
Resistencias desde los márgenes
Frente al eurocentrismo, también hay resistencia. Movimientos como el body positive, el feminismo interseccional y las campañas que celebran la belleza diversa están cuestionando los moldes impuestos. Pero el cambio no es solo individual: requiere un compromiso colectivo, mediático y educativo.
Desde el periodismo feminista, hablar del eurocentrismo en los estándares de belleza no es solo visibilizar una problemática estética. Es denunciar una forma de dominación simbólica que se traduce en exclusión, racismo y desigualdad. Romper con esa lógica no implica eliminar referentes, sino sumar miradas. Porque lo hermoso no puede seguir siendo sinónimo de lo blanco, lo delgado, lo europeo.
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