¿Por qué muchas mujeres en México no pueden ejercer su derecho al acceso a la lectura? ¿Qué tienen que ver las dobles jornadas, la economía informal y el trabajo no remunerado con los libros? Para responder estas preguntas, es necesario mirar más allá de las estadísticas educativas y adentrarse en la vida cotidiana de millones de mujeres.

El primer obstáculo para que las mujeres tengan acceso a la lectura y la educación no es la falta de interés, sino la falta de tiempo. En México, las mujeres dedican en promedio 12 horas más a la semana al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado que los hombres. Esta sobrecarga, invisible en muchos análisis, limita profundamente sus oportunidades de desarrollo personal y educativo.
La precariedad también educa… o excluye
El 55.5 por ciento de las mujeres mexicanas trabajan en la economía informal. Eso significa jornadas extensas, ingresos irregulares y ninguna garantía laboral. Esta precarización no solo impide acceder a espacios educativos o culturales, también impacta directamente en el presupuesto familiar: ¿comprar un libro o pagar el transporte?, ¿inscribirse a un curso o cubrir los servicios del hogar?
La brecha de género educativa no es solo un asunto de aulas o libros, es un síntoma de una estructura que distribuye de forma desigual el tiempo, los ingresos y las responsabilidades.
El acceso a la lectura debe entenderse como parte de los derechos culturales, y no como un lujo o un pasatiempo. Leer no solo forma, también transforma: abre puertas al pensamiento crítico, a la participación social y al empoderamiento personal. Pero cuando las mujeres no pueden acceder a este derecho por condiciones estructurales injustas, se profundizan las desigualdades.
¿Qué podemos hacer por el acceso a la lectura?
Desde una mirada feminista con ética pública, es urgente:
- Reconocer el trabajo de cuidados como parte central del debate sobre derechos culturales.
- Implementar políticas que redistribuyan las tareas domésticas y faciliten la corresponsabilidad.
- Garantizar el acceso a la educación en condiciones de equidad, incluyendo espacios y tiempos que consideren las realidades de las mujeres.
- Fomentar bibliotecas comunitarias, redes de lectura y estrategias públicas que acerquen los libros a quienes históricamente han sido excluidas.
El acceso a la lectura no debería depender del género, la ocupación o el ingreso. Apostar por un país lector pasa, necesariamente, por cerrar las brechas de género educativas y garantizar que todas las mujeres puedan leer, aprender y crecer sin barreras. Porque sin igualdad en el acceso a los libros, no hay justicia en el acceso al conocimiento.
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