¿Qué tienen en común un niño desplazado por la guerra, una niña que presencia violencia doméstica y una infancia que crece sin acceso a salud ni educación? Todas viven las consecuencias del impacto de la violencia estructural en la niñez. Este 4 de junio, Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión, es urgente reflexionar sobre cómo las desigualdades sistemáticas afectan a los más pequeños y cómo estas violencias se cruzan con la violencia de género.

El impacto de la violencia estructural en la niñez se hace más evidente cuando niñas y niños viven en contextos donde la violencia es parte del paisaje diario: barrios sin servicios, familias que enfrentan múltiples carencias, escuelas sin recursos. En estos escenarios, las infancias no solo son testigos, sino también sobrevivientes de un sistema que perpetúa la desigualdad.
La violencia estructural se manifiesta en la falta de servicios básicos, pobreza extrema, discriminación y exclusión. Según UNICEF, más de mil millones de niñas y niños en todo el mundo son víctimas de alguna forma de violencia cada año, muchas veces invisibilizada por su normalización social.
Impacto de la violencia estructural en la niñez y su vínculo con la violencia de género
Cuando hablamos de violencia de género, no podemos ignorar su efecto intergeneracional. La mayoría de niñas y niños que crecen en hogares donde hay violencia contra las mujeres presentan mayores niveles de ansiedad, retraimiento, conductas agresivas y abandono escolar, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Además, es común que los estereotipos de género se reproduzcan desde edades tempranas, perpetuando los roles de dominación y sumisión.
En América Latina, por ejemplo, la CEPAL advierte que la feminización de la pobreza tiene consecuencias directas sobre la niñez: hogares encabezados por mujeres tienen menos acceso a vivienda digna, alimentación y servicios. Las niñas, especialmente, cargan con mayores responsabilidades de cuidado, lo que limita su derecho a la educación y al juego.
Infancias y resistencias: hacia un cambio estructural
El 4 de junio no debe ser solo una conmemoración simbólica. Es una oportunidad para exigir transformaciones reales. Activistas feministas, organizaciones comunitarias y defensoras de derechos humanos llevan años denunciando que sin equidad social no puede haber bienestar infantil. Iniciativas como redes de cuidados, educación con enfoque de género y presupuestos públicos con perspectiva de infancia son claves para revertir el daño.
La violencia contra la niñez no es inevitable. Pero para erradicarla, debemos mirar más allá del síntoma y atender la raíz: el sistema que la reproduce. Comprender y visibilizar el impacto de la violencia estructural en la niñez, en conexión con la violencia de género, es el primer paso hacia sociedades más justas, donde el bienestar infantil no sea un privilegio, sino un derecho garantizado para todas y todos.
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