¿Por qué tantas autoras firmaron con seudónimos masculinos? ¿Cuántas historias que amamos fueron en realidad escritas por autoras invisibilizadas? A continuación, no solo respondemos esas preguntas, también invitamos a mirar la literatura desde otra perspectiva: una que revele lo que durante siglos fue sistemáticamente ocultado.

El efecto Matilda, acuñado por la historiadora Margaret W. Rossiter en 1993, describe cómo los logros de las mujeres —en ciencia, arte y literatura— han sido minimizados o directamente atribuidos a hombres. Aunque el término surgió en el ámbito científico, sus implicaciones en el campo literario son igualmente alarmantes.
Numerosas autoras invisibilizadas vieron cómo sus obras eran firmadas por varones o simplemente ignoradas por el canon literario. Desde el siglo XII hasta la actualidad, los mecanismos para silenciar voces femeninas han sido tan diversos como persistentes.
Ejemplos históricos de autoras silenciadas
Uno de los primeros casos documentados es el de Trotula de Salerno, médica italiana del siglo XII. Su tratado sobre salud femenina fue adjudicado a autores masculinos durante siglos. Este caso no solo borra su autoría, también priva a la historia de una mirada femenina en el ámbito de la medicina medieval.
En tiempos más cercanos, Mary Ann Evans (George Eliot) y Amandine Aurore Lucile Dupin (George Sand) eligieron nombres masculinos para poder publicar y ser leídas con seriedad en un entorno que descartaba la escritura de las mujeres. Estos ejemplos evidencian una constante histórica: para que las palabras de una mujer fueran escuchadas, primero tenían que parecer escritas por un hombre.
Derecho de autor y perspectiva de género
¿Quién tiene el derecho a contar historias? ¿Y quién decide qué historias valen la pena ser contadas? Estas preguntas nos conducen a una reflexión clave: el derecho de autor no ha sido neutral. Durante siglos, ha reforzado jerarquías que privilegian lo masculino, borrando la huella de muchas autoras silenciadas.
Desde una perspectiva feminista con ética pública, urge revisar el concepto de autoría para reconocer las desigualdades históricas y reparar, en lo posible, los vacíos que dejaron las decisiones editoriales, académicas y legales del pasado.
Por qué es necesario visibilizar a las autoras invisibilizadas
Rescatar estas voces no es solo un acto de justicia literaria, sino también una herramienta para cuestionar cómo se construyen las narrativas culturales. Reconocer a las autoras invisibilizadas implica reescribir la historia con equidad, abrir el canon y enriquecer nuestras lecturas con miradas antes negadas.
La próxima vez que leas un “clásico”, pregúntate: ¿quién lo escribió realmente? Tal vez, tras ese nombre masculino, se oculte una voz femenina que el patriarcado quiso silenciar.
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