¿Por qué, si las mujeres son mayoría en las escuelas de danza en México, siguen siendo minoría en los cargos directivos y de reconocimiento público? Las estadísticas revelan una desigualdad persistente en los espacios profesionales de la danza. A continucación, exploramos cómo se reproducen las brechas de género en la danza y qué desafíos enfrentan quienes intentan transformarlas.

Las brechas en la danza son una realidad. En México, las mujeres representan más del 70 por ciento del alumnado en escuelas de danza, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Sin embargo, esa presencia no se traduce en poder. Un análisis del Sistema de Información Cultural (SIC) muestra que, entre los festivales de danza apoyados por el Estado entre 2017 y 2021, más del 60 por ciento de las direcciones artísticas estuvieron encabezadas por hombres.
Además, las compañías independientes con liderazgo femenino reciben menos financiamiento y visibilidad en comparación con aquellas dirigidas por varones, lo que limita su proyección y sostenibilidad.
Las brechas de género en la danza no son solo numéricas
Las brechas en la danza no se limitan al acceso a cargos, también abarcan cómo se representa a los cuerpos en escena. Los ideales estéticos siguen reforzando modelos corporales hegemónicos: delgados, jóvenes, blancos y, en la mayoría de los casos, cisgénero. Esto excluye a muchas personas que no cumplen con esos estándares, especialmente a las mujeres mayores, cuerpos gordos y disidencias de género.
Según un estudio del Centro Nacional de las Artes (CENART), solo el 18 por ciento de las obras seleccionadas para festivales nacionales tenían temáticas que abordaban género o diversidad corporal, lo que refleja una falta de interés institucional por visibilizar otras narrativas.
Disidencias y nuevas formas de resistir
Frente a la desigualdad en la danza, diversos colectivos en México han creado espacios alternativos. Agrupaciones como La Mecedora, Colectivo La Bruja Danza o Danza Disidente trabajan desde una perspectiva feminista e inclusiva, cuestionando tanto los contenidos como las formas tradicionales de producción escénica.
Estos espacios no solo permiten la participación de mujeres y disidencias, sino que abren un debate sobre el poder, el cuerpo y la política dentro de la práctica artística.
¿Qué se necesita para cerrar las brechas en la danza?
Reconocer la existencia de las brechas de género en la danza es apenas el primer paso. Se requiere de políticas públicas con enfoque de género, financiamiento equitativo y criterios de programación inclusivos para transformar realmente los circuitos profesionales.
Las cifras no mienten, pero los cuerpos en movimiento también hablan. La pregunta es si estamos dispuestas a escucharlos.
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