¿Qué pasa cuando una mujer de más de 60 años se sube a un escenario a bailar? ¿Por qué nos sorprende tanto ver cuerpos maduros expresándose con fuerza y belleza? El problema no es la edad, sino los estigmas. A continuación, exploramos cómo el edadismo en la danza ha invisibilizado a mujeres mayores y cómo ellas mismas están rompiendo esas barreras desde el movimiento y la creación.

El edadismo en la danza es una forma de discriminación que asocia la capacidad artística exclusivamente con la juventud. Esta idea se reproduce en academias, compañías y medios de comunicación, donde los cuerpos envejecidos son considerados “fuera de lugar”.
Para las mujeres, esta es una doble exclusión: se espera que sean jóvenes, delgadas y físicamente virtuosas. Una mujer mayor bailando en público desafía todas esas normas. Esta discriminación limita no solo la participación de mujeres mayores en el arte, sino también su derecho a la expresión, al disfrute y al reconocimiento como sujetas activas en la vida cultural.
Rompiendo con el edadismo en la danza desde el cuerpo
En México, la problemática del edadismo en la danza está siendo confrontada activamente por colectivos innovadores como “Danza sin Edad” y “Mujeres que Bailan con el Tiempo”. Estas iniciativas representan faros de inclusión y reivindicación para mujeres mayores que desean reconectar con el arte del movimiento, ofreciéndoles plataformas seguras y estimulantes donde la experiencia vital se convierte en la materia prima de la expresión artística. Dentro de estos grupos, la filosofía de la danza se redefine, desplazando el enfoque de la búsqueda de una perfección técnica a la celebración de la autenticidad y la potencia expresiva inherente a cada cuerpo y a cada historia.
Se fomenta una exploración del movimiento que emana desde la vivencia personal, permitiendo que las participantes traduzcan sus recuerdos, emociones y conocimientos acumulados a lo largo de los años en coreografías cargadas de significado. Lejos de los estándares normativos, estas mujeres bailan desde la memoria, el gozo y la resistencia. Al hacerlo, desmantelan los estigmas de edad que las condenan al silencio o a la invisibilidad.
Danza como derecho, no como excepción
Es urgente reconocer que la danza no debe ser un privilegio reservado a cuerpos jóvenes. La participación artística debe estar garantizada a lo largo de toda la vida. Tal como señala la Agenda 2030 de la ONU, la inclusión cultural de personas mayores es clave para sociedades más equitativas. Además, permitir que las mujeres mayores cuenten sus historias desde el cuerpo es una forma de recuperar saberes, experiencias y miradas que enriquecen el tejido social.
Cuando una mujer mayor baila, está diciendo: “Mi cuerpo importa, mi historia también”. Frente al edadismo en la danza, la resistencia es moverse, ocupar el espacio, hacerse visible. No se trata solo de arte, sino de justicia simbólica. Porque nunca se es “demasiado vieja” para expresarse, crear o conmover.
Sigue leyendo:
| Performance Feminista: Protesta Pacífica
| Danza comunitaria: empoderamiento para mujeres en contextos vulnerables