¿Por qué seguimos escuchando que las mujeres no se apoyan entre sí? ¿Qué intereses se esconden detrás de esa frase tan repetida: “el peor enemigo de una mujer es otra mujer”? Aunque parezca una simple opinión, esta idea tiene raíces profundas y consecuencias reales. Hoy te explicamos por qué desmontar la creencia de la rivalidad femenina es urgente para avanzar hacia una sociedad más justa.

La idea de la rivalidad femenina no surge de una fuente concreta. Es un concepto que se ha instalado culturalmente a lo largo de décadas, alimentado por estereotipos, narrativas mediáticas y discursos patriarcales. Su objetivo: dividir a las mujeres, sembrar la desconfianza y perpetuar un sistema que se beneficia de esa desunión.
En palabras simples, se trata de una herramienta para desviar la atención de las verdaderas estructuras que sostienen la desigualdad de género. Mientras se refuerza la rivalidad femenina, se invisibilizan las formas de discriminación y violencia que muchas enfrentan diariamente.
Rivalidad femenina: La violencia simbólica y la misoginia interiorizada
Expertas en género definen esta frase como una forma de violencia simbólica, es decir, un mecanismo sutil pero poderoso que naturaliza la competencia entre mujeres desde temprana edad. Esto se ve reforzado en la educación, las redes sociales, el cine y la publicidad, donde las mujeres aparecen enfrentadas por afectos, poder o belleza.
Además, esta narrativa se convierte en misoginia interiorizada: cuando las propias mujeres reproducen creencias sexistas, criticando a otras por cumplir o no con determinados estándares. Este tipo de actitudes no son personales, sino el resultado de un aprendizaje social que debemos desaprender.
Sororidad: la resistencia ética y política
Frente a la normalización de la rivalidad entre mujeres, la sororidad aparece como respuesta. No es una utopía ni una exigencia de perfección, sino un compromiso ético basado en la empatía, el respeto y la solidaridad entre mujeres. Implica cuestionar frases como la que da título a este artículo, y crear espacios donde la colaboración reemplace la desconfianza. Fomentar la sororidad no solo beneficia a las mujeres; es un paso fundamental para desmantelar estructuras que nos afectan a todas y todos.
La rivalidad femenina no es una verdad biológica, sino una construcción social que puede y debe ser transformada. Cambiar el relato es el primer paso. Hacerlo desde una perspectiva feminista y con ética pública es un acto de justicia y de resistencia. Cabe preguntarse: ¿a quién le conviene que entre mujeres exista rivalidad inherente?
No se trata de negar los conflictos entre mujeres, sino de entenderlos en su contexto y dejar de justificarlos con ideas que sostienen un sistema desigual. ¿Y tú, qué frases estás lista para dejar atrás?
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