¿Puede el arte de la danza convertirse en una forma de violencia? Aunque el ballet se asocia comúnmente con la belleza, la disciplina y la armonía, detrás del escenario se esconde una realidad muchas veces ignorada: la hegemonía corporal impuesta durante siglos ha limitado quién puede acceder a este mundo. Hoy, cada vez más voces cuestionan estas normas excluyentes y proponen una danza clásica más diversa e inclusiva.

Desde sus raíces aristocráticas en el siglo XVII, la danza clásica ha impuesto una hegemonía corporal casi inalcanzable: figuras delgadas, torsos largos, extremidades afinadas, piel clara y movimientos «etéreos». Este estándar, moldeado por cánones eurocéntricos, no solo definió la estética del ballet, sino que excluyó sistemáticamente a cuerpos racializados, diversos o fuera de esa norma. Así nació una forma silenciosa de violencia estética que aún hoy persiste.
Técnica, hegemonía corporal y presión: las contradicciones de la danza clásica
La exigencia técnica del ballet no es discutible: se trata de una disciplina rigurosa. Pero el problema surge cuando se exige al cuerpo cumplir con un molde fijo, sin considerar su diversidad natural. Esta hegemonía corporal en la danza ha derivado en graves consecuencias: trastornos alimenticios, lesiones crónicas y una constante autoexigencia que muchas veces termina por romper física y emocionalmente a quienes bailan. Las mujeres, además, enfrentan una paradoja: deben ser fuertes para sostener el virtuosismo técnico, pero lucir frágiles y delicadas para encajar en el ideal visual.
En las últimas décadas, movimientos feministas y activistas por la diversidad corporal han puesto en tela de juicio estos estándares. Desde compañías que visibilizan cuerpos no normativos hasta bailarinas que denuncian la discriminación estética, se está gestando un cambio. Estas iniciativas no buscan eliminar la técnica ni la excelencia, sino ampliar los márgenes de lo que se considera bello y válido dentro del ballet.
Hacia una danza para todas
Reconocer la hegemonía corporal en la danza clásica es un primer paso para desmontar los mecanismos de exclusión. Implica mirar de frente las tradiciones, cuestionarlas y crear nuevas formas de habitar el escenario. Porque la danza también puede ser un espacio de resistencia, de visibilidad y de libertad. Y sobre todo, porque todos los cuerpos merecen moverse, expresarse y brillar —más allá de cualquier molde.
¿Puede el ballet seguir siendo fiel a su esencia sin seguir reproduciendo desigualdades? La respuesta está en proceso, y se está construyendo paso a paso, en puntas o descalza, por todas las que se atrevieron a bailar fuera del molde.
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