¿Quién cuida cuando la persona que cuida también es marginada? En México, las enfermeras racializadas —especialmente indígenas, afrodescendientes o migrantes— enfrentan múltiples capas de desigualdad que rara vez se visibilizan. Su trabajo en escuelas no solo sostiene la salud de miles de estudiantes, sino que lo hace en contextos marcados por el racismo estructural, la discriminación y la precariedad.

Las enfermeras escolares ya ocupan un rol poco reconocido en el sistema educativo. Pero cuando se trata de enfermeras racializadas, la discriminación se multiplica. Según datos presentados en 2022 por el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), más del 70 por ciento de las mujeres indígenas en profesiones de salud reportan haber sufrido algún tipo de discriminación en el ejercicio de su trabajo.
La situación no mejora para las enfermeras migrantes, muchas de las cuales llegan de países centroamericanos con formación profesional, pero enfrentan obstáculos legales, laborales y culturales para ejercer plenamente su profesión. En muchos casos, terminan trabajando sin contrato o bajo condiciones informales, incluso en escuelas privadas o rurales donde son las únicas profesionales de la salud disponibles.
Hablan más de una lengua, pero no son escuchadas
En estados como Oaxaca, Chiapas o Guerrero, muchas enfermeras racializadas hablan tanto español como su lengua originaria. Esto es clave para generar confianza y comprensión con estudiantes que también pertenecen a comunidades indígenas. Sin embargo, este saber no es reconocido institucionalmente ni se traduce en mejores condiciones laborales.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación en 2022 reveló que el 40 por ciento de las personas indígenas en México considera que sus derechos laborales no son respetados, especialmente cuando trabajan en el sector público o en instituciones educativas.
Discriminación institucional: la dura realidad de las enfermeras racializadas
El sistema de salud y educación en México rara vez incorpora una perspectiva intercultural o antirracista en la formación o contratación de personal. Esto impacta directamente en las oportunidades de las enfermeras racializadas, quienes enfrentan estereotipos sobre su “capacidad” o “nivel de preparación”, incluso cuando tienen títulos y experiencia.
Además, muchas son asignadas a zonas rurales por “coincidir con la comunidad”. Esto sin que implique mayores apoyos ni reconocimiento a su doble carga: la del trabajo técnico y la mediación cultural. Reconocer a las enfermeras migrantes, indígenas y afrodescendientes en el ámbito escolar es más que un acto simbólico: es una urgencia ética. Ellas sostienen redes de salud comunitaria desde un lugar de desventaja múltiple, pero con un compromiso profundo. ¿Y si empezamos por nombrarlas, protegerlas y escucharlas? Porque sin ellas, la salud escolar simplemente no llega a todas.
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