¿Cómo una mujer de un pequeño pueblo veracruzano llegó a ser símbolo internacional de solidaridad con los migrantes? La historia de Leonila Vázquez, fundadora del colectivo Las Patronas, no solo conmueve: interpela profundamente sobre el papel de la empatía y la acción comunitaria frente a las crisis humanitarias.

Leonila Vázquez nació el 16 de enero de 1936 en Guadalupe La Patrona, Veracruz. A lo largo de su vida se convirtió en una incansable defensora de los derechos de los migrantes, dedicando más de tres décadas a brindar ayuda humanitaria a quienes cruzan México a bordo del tren conocido como La Bestia, en su intento por llegar a Estados Unidos.
Falleció el 13 de abril de 2025, a los 89 años, dejando un legado imborrable de dignidad y resistencia desde lo cotidiano.
El nacimiento de Las Patronas
La historia comenzó en 1995, cuando Leonila y su hermana, con un gesto tan sencillo como poderoso, comenzaron a ofrecer pan y café a personas migrantes que pasaban por su comunidad. Lo que empezó como un acto espontáneo, evolucionó en una labor organizada: preparar comidas completas que lanzaban a los vagones del tren en movimiento.
Así nació el colectivo Las Patronas, integrado mayoritariamente por mujeres. Su trabajo no solo alimenta cuerpos hambrientos, también representa un acto político y ético de reconocimiento hacia personas que suelen ser invisibilizadas o criminalizadas.
Reconocimiento y resistencia
La labor de Leonila Vázquez y su colectivo ha sido reconocida nacional e internacionalmente. En 2013, Las Patronas recibieron el Premio Nacional de Derechos Humanos y, en 2015, fueron nominadas al Premio Princesa de Asturias de la Concordia.
Pero más allá de los premios, su valor radica en su ejemplo: un modelo de acción directa, feminista y comunitaria que ha inspirado redes de apoyo en todo el país.
El legado de Leonila Vázquez sigue en movimiento
La historia de Leonila demuestra que la defensa de los derechos humanos no requiere grandes recursos, sino convicción, organización y ternura radical. Su vida nos recuerda que la ética pública también se construye desde las cocinas, desde los márgenes, desde las mujeres que resisten cuidando.
El legado de Leonila Vázquez vive en cada plato entregado, en cada migrante que recibió una mano extendida, y en cada persona que decide, desde su lugar, no mirar hacia otro lado. Porque el tren sigue pasando. Y gracias a mujeres como Leonila, todavía hay manos que esperan con comida, con agua y, sobre todo, con dignidad.
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