Detrás del trabajo artístico que conllevan los carteles, de la diamantina verde y morada, tras el velo de las flores de jacarandas, cada un a carga con su propia historia. En México, el 70% de las mujeres ha sufrido violencia de género. Esta realidad no es normal. Y, como cada año, la marcha del 8M sirvió para visibilizarlo.

La pregunta que me hicieron hace eco en mi cabeza mientras camino a la estación del metro. “¿Por qué vas?”, dijeron usando un tono de voz escéptico acompañado de una mirada de juicio. Las razones que yo y miles de mujeres tenemos para marchar el 8 de marzo son tantas que no pude dar una respuesta concreta.
Los vagones exclusivos están teñidos de púrpura y verde. Mujeres jóvenes, señoras mayores, adolescentes, todas se preparan para, una vez más, exigir algo que no tendrían que pedir. Y de todos modos están sonriendo. Entre conversaciones y risas, los grupos de amigas así como las colectivas se ven vibrantes y llenas de vida antes de la movilización. La música en mis audífonos suena, amortiguando un poco el bullicio durante el camino. En soledad, observo. Las miro y cuando cruzo miradas con algunas de ellas, me dirigen una sincera y amable sonrisa.
En este momento previo al ajetreo que implica un movimiento social como lo es la marcha anual del Día de la Mujer, estamos todas juntas en un reducido espacio. Cada una con diferente contexto, diferentes vivencias y experiencias. Y cada una con una historia personal que la ha llevado a esto. A salir un sábado en hora pico para caminar horas bajo el sol del mediodía. No puedo evitar preguntarme al respecto. ¿Qué hay detrás de la brillantina y el delineador? ¿Qué inspiró las frases y oraciones en sus carteles?
El comienzo
Llegamos a la estación Juárez. Podría esperar a llegar a Hidalgo para reunirme con mi propio grupo, pero algo me impulsa a bajar. Hay hombres que nos miran. Algunos con sonrisas mientras asienten con aprobación, otros parecen guardar rencor o molestia. Después de recorrer varias cuadras, llego a la esquina de la avenida con el Eje Central. Incluso varias calles antes de llegar podía escuchar las consignas y cantos.
Frente a Bellas Artes lo primero que retuerce las entrañas es la puesta de Elina Chauvet, “Zapatos Rojos”. Un triste homenaje a las mujeres que han perdido la vida a causa de la violencia de género. Más adelante en el camino el mar de mujeres no parece parar. Es más, cada vez aumenta. Me parece que este año la marcha es incluso más grande. No estoy segura si debería alegrarme por la cantidad de mujeres que eligen alzar la voz hoy. O si debería sentirme triste porque todas ellas sintieron la necesidad de hacerlo.
Un violín armoniza con las múltiples voces. La artista Margarita Solache, a la orilla del arroyo violeta, frota el arco contra las cuerdas de su instrumento haciendo sonar la Canción Sin Miedo, de Vivir Quintana. En el camino a Revolución, donde mis amigas y ex colegas de la universidad me esperan, el masivo flujo de mujeres carga con lonas que muestran los rostros así como los nombres de mujeres y niñas.
Es curioso cómo la violencia contra las mujeres se ha normalizado al grado que esos rostros pasaron a ser un número. Las vidas pasaron a formar parte de una lista. Sus nombres se convirtieron en una fría estadística. Todas ellas tenían sueños, metas, un grupo de amigas, un cantante favorito… Ahora, las personas que dejaron atrás involuntariamente hacen de todo para que su memoria no se pierda, así como la esperanza de obtener justicia.
Marchando juntas
No pasa mucho tiempo para que por fin llegue a Revolución. Mis amigas me reciben, y después de que llegue la última a quien esperamos, finalmente emprendemos el camino. Sobre la marcha, nos topamos con una mujer parada a la orilla de la movilización. Su cartel nos hace parar y abrazarla con empatía, pues muestra la historia de cómo sobrevivió a la trata de mujeres. Entre lágrimas, acepta nuestro abrazo y, después de agradecernos por salir este día, continuamos el camino.
Este año se viralizó la alarmante convocatoria de una “contramarcha”. Un grupo de hombres buscaba causar disturbios en el movimiento. Pero durante las horas que paso en las calles, no veo ningún indicio de ello. Infiero que, tras haber sido expuestos en redes sociales y ante la masiva marcha, que parece más grande que otros años, fueron disuadidos.
Es entonces cuando por fin encuentro una respuesta concreta a la pregunta que me hicieron. “¿Por qué vas?”, dijeron. Entiendo que es porque, como todas las demás, he visto de primera mano las repercusiones que tiene romper el silencio. Es porque sé lo mucho que afecta no dar esa comodidad a quienes participan en actos de violencia. Y al ver a las muchas niñas que asisten a marchar, entiendo también que espero que ellas no necesiten salir a marchar en el futuro.
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