¿Qué tiene que ver el arte con la justicia social? En los últimos años, las calles de México han sido escenario de un fenómeno poderoso: el performance feminista. A través del cuerpo en movimiento, miles de mujeres han convertido la danza en una herramienta de protesta, memoria y denuncia. Te contamos cómo el arte corporal se ha vuelto un lenguaje clave en las luchas por los derechos de las mujeres.

Cuando hablar ya no basta, el cuerpo toma la palabra. El performance feminista ha sido una vía para expresar el hartazgo ante la violencia machista, la impunidad y la invisibilización. En lugar de pancartas o gritos, las manifestantes usan el ritmo, la sincronía y el movimiento como forma de resistencia.
Uno de los ejemplos más representativos en México es la adaptación del performance “Un violador en tu camino” del colectivo chileno LasTesis. Esta acción se replicó en decenas de ciudades mexicanas a partir de 2019, con amplia participación de mujeres jóvenes, indígenas y madres buscadoras.
Performance feminista: arte con sentido político
Más allá de la denuncia directa, estas acciones buscan recuperar el espacio público como territorio legítimo para las mujeres. En un país donde, según el INEGI, 70 por ciento de las mujeres ha experimentado algún tipo de violencia, bailar juntas en la calle se vuelve un acto político.
El performance feminista no busca entretener, sino incomodar. Su objetivo no es la perfección técnica, sino la potencia del mensaje. Es una forma de arte efímero que, al encarnarse en cuerpos reales, interpela directamente a quienes observan. En México, colectivos como «Corporalidad Expandida», «La Pocha Nostra» o «Cuerpo en Revuelta» han explorado la danza como forma de protesta desde la intersección entre arte, política y género, denunciando temas como el feminicidio, el racismo y la represión estatal.
Danza como resistencia y reparación
Además de denunciar, la danza como resistencia permite procesos de sanación colectiva. En contextos de duelo o trauma, el movimiento compartido genera un espacio de cuidado, escucha y fortaleza. Muchas madres de víctimas de feminicidio han participado en estos performances como forma de exigir justicia sin recurrir a la violencia.
La corporalidad, cuando se moviliza con otras, crea redes emocionales que sostienen la lucha. No es sólo simbólico: es profundamente transformador. El arte como resistencia no es nuevo, pero en el movimiento feminista ha encontrado una fuerza renovada. El performance feminista convierte la danza en un lenguaje de exigencia, memoria y futuro.
Porque en un país donde la palabra de las mujeres aún es ignorada, el cuerpo bailando puede ser lo más claro y contundente.
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