¿Por qué las mujeres, pese a siglos de lucha, siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico no remunerado? ¿Qué tiene que ver el sistema económico con esta desigualdad? Las respuestas no están solo en la cultura o en la educación, sino en algo más profundo: la relación entre el capitalismo y el patriarcado, un vínculo que muchas autoras feministas han analizado como estructural.

Hoy, en pleno 2025, mucha gente continúa sin creer la veracidad de la relación entre el capitalismo y el patriarcado. La economista Heidi Hartmann fue una de las primeras en proponer que el patriarcado y el capitalismo no son el mismo sistema, pero sí lógicas de dominación que se adaptan mutuamente. Es decir, el capitalismo no inventó la subordinación de las mujeres, pero supo usarla a su favor.
La exclusión de las mujeres del acceso a recursos, propiedad y trabajos remunerados ya existía, pero se acentuó con la llegada de un mercado laboral que pagaba menos a las mujeres, haciéndolas dependientes económicamente de los hombres. Esta dominación patriarcal no es sólo ideológica: también es económica. Desde esta mirada, la desigualdad no es un «fallo» del sistema, sino una de sus bases de funcionamiento.
El trabajo doméstico: la base invisible del capital
Silvia Federici, figura clave del feminismo marxista, sostiene que el trabajo doméstico y doméstico no remunerado, realizado casi en su totalidad por mujeres, es el verdadero motor del capitalismo. En su libro Calibán y la bruja, explica cómo durante el surgimiento del capitalismo, la violencia contra las mujeres —como la caza de brujas— no fue un accidente, sino una estrategia para someterlas a un rol reproductivo dentro del hogar.
Este trabajo no solo no es pagado, sino que tampoco se reconoce como productivo. Sin embargo, sin este trabajo de sostén cotidiano, el sistema económico colapsaría.
Cómo se entrelazan la relación entre el capitalismo y el patriarcado
Las teóricas Zillah Eisenstein y Nancy Fraser han explicado que el capitalismo y el patriarcado se refuerzan mutuamente. Al dividir la vida en dos esferas —producción (fuera del hogar) y reproducción (dentro del hogar)— se logró mantener a las mujeres en espacios no valorados económicamente. Esta división garantiza que el sistema obtenga ganancias sin pagar por el cuidado, la crianza o las labores domésticas.
Gayle Rubin, por su parte, señaló que el sistema sexo/género funciona como un mecanismo de explotación: el capitalismo se beneficia del trabajo de las mujeres, pero las excluye del capital que genera.
Una crítica feminista que va más allá de la paridad
La historiadora Asunción Oliva Portolés lo resume con contundencia: las mujeres son “la clase social más explotada”. No se trata sólo de romper techos de cristal, sino de transformar las bases del sistema que mantiene esta desigualdad. Por eso, desde el feminismo se exige reconocer el trabajo doméstico como economía real, valorar los cuidados, cambiar la lógica de poder y llevar la justicia de género al centro del debate económico.
Comprender la relación entre el capitalismo y el patriarcado es clave para crear una sociedad más justa. No basta con visibilizar la dominación patriarcal; es necesario desmantelar las estructuras que la reproducen. Solo así podremos avanzar hacia un modelo económico que ponga la vida en el centro.
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